Prólogo: acababa de terminar con el pata con el que estaba y quería demostrarle que ya lo había superado.
Estoy pensativa acerca de un tema en particular. El tiempo pasa como uno quiere que pase, de eso sí estoy segura. Por ejemplo, cuando uno está enamorado, el tiempo va rapidísimo, tanto así que ni te das cuenta que son las 11 de la noche y te debes ir a tu casa. Sin embargo, la etapa del desamor, aquella que tantas canas verdes e infinidad de caras tristes nos saca (en algunos casos, hasta varias lágrimas desesperadas) es larguísima. Pasan horas de horas y miles de recuerdos vagan por tu mente, te fundes en ellos y cuando ves el reloj ha pasado medio minuto desde que pusiste esa cara.
Estuve preguntándome porqué (es "por qué", no "porqué") duraba tanto, qué hacía que el desamor y el tratar de olvidar se enganchara tanto tiempo.
Creo que la respuesta es que entregamos todo de nosotros con los ojos cerrados, como si tuviéramos una venda en los ojos que en un momento dado nos quitan mientras nos cuentan la verdad. La culpa no la tiene la mala relación, ni las peleas; la culpa la tienen los besos, los “te amo” prematuros, los abrazos de los que uno llega a acostumbrarse a tal punto que luego se convierten en una obsesión momentánea. La calidez del cuerpo ajeno del que estuviste templada(o) sigue impregnada en cada poro tuyo, y cierras los ojos mientras finges que no extrañas nada de eso (qué cursi).
Solo queda esperar pacientemente a que finalice la etapa, no forzarla a ello. Todo lo que empieza tiene que acabar, es una ley. Cruzar los brazos y morderte la lengua cuando quieras decirle algo, ya sea un simple “hola”, porque sabes que podría llevarlos a más y atrasaría el desamor. Hacerte la loca/el loco cuando lo/la encuentres por la calle, hasta que llegue el momento en que al encontrar a esa persona no remueva ni el más mínimo latido dentro de ti.
Y cuando eso pase, quizá puedan tomar un café amistoso juntos mientras la luna los alumbra, pero esta vez con un brillo distinto al que estaban acostumbrados.
domingo, 26 de diciembre de 2010
domingo, 19 de diciembre de 2010
Ven
Prólogo: estaba loca.
Hola, no sé si sabes cómo estoy, tampoco sé si te interesa. A mí sí me interesa saber cómo estás, pero no lo entenderías probablemente. No, no quiero regresar contigo, pero extraño hablar y engreírme por teléfono horas de horas. Llámame y finge que no me extrañas, a ver si nos entendemos. Hablemos un par de horitas, como quien no quiere la cosa, ya pues: atrévete. Y quizá mañana o pasado puedas venir a comer galletitas conmigo como hace unas semanas. De repente prendemos el televisor y encontramos algo bueno que ver, o nos quedamos viendo una película, como “la naranja mecánica” o “2012”, lo primero que encontremos. Ya pues, mira que cuando estemos viendo la película, podrás abrazarme con cautela sin que sepas que yo me estoy dando cuenta. Ven y te prometo que cuando estés a punto de darme un beso, ese beso que sellará nuestro encuentro y removerá nuestros corazones,
Te empujaré hacia la puerta y te pediré que te vayas.
Hola, no sé si sabes cómo estoy, tampoco sé si te interesa. A mí sí me interesa saber cómo estás, pero no lo entenderías probablemente. No, no quiero regresar contigo, pero extraño hablar y engreírme por teléfono horas de horas. Llámame y finge que no me extrañas, a ver si nos entendemos. Hablemos un par de horitas, como quien no quiere la cosa, ya pues: atrévete. Y quizá mañana o pasado puedas venir a comer galletitas conmigo como hace unas semanas. De repente prendemos el televisor y encontramos algo bueno que ver, o nos quedamos viendo una película, como “la naranja mecánica” o “2012”, lo primero que encontremos. Ya pues, mira que cuando estemos viendo la película, podrás abrazarme con cautela sin que sepas que yo me estoy dando cuenta. Ven y te prometo que cuando estés a punto de darme un beso, ese beso que sellará nuestro encuentro y removerá nuestros corazones,
Te empujaré hacia la puerta y te pediré que te vayas.
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