martes, 6 de noviembre de 2012

Aquí y ahora

Hace más de 2 años que no entraba a mi blog. La verdad, no me acordaba que existía. Por alguna razón hoy me acordé de su existencia y decidí entrar a chequear cómo era yo hace 2, 3, 4 años. Me topé con esto. ¿De verdad lo escribí? ¿En qué estaba pensando? ¿Por qué lo hice? No entiendo nada.

En vez de borrarlo, decidí conversar con mi yo de hace casi 3 años. Bertha vs. Bertha. Aquí les dejo el resultado:

Es cierto que se escribe mucho mejor cuando se está triste o lleno de problemas. Pero hoy me entraron unas ganas incontrolables de escribir. Esas ganas que se me salen por los poros y me tienen inquieta hasta que llego a mi casa y logro prender la laptop para empezar a teclear. Y no estoy triste, al contrario, estoy feliz.

¿Sobre qué quiero escribir? Sobre eso que todos sentimos en diferentes momentos de nuestras vidas y en distintas magnitudes. Eso que nos decepciona y, a la vez, nos ilusiona. Eso que nos hace llorar pero también sonreír. Eso que se construye entre sábanas y termina en un último aliento intenso. Eso que te mantiene alerta, despierto, ansioso, preocupado y despreocupado a la vez.

Sobre el amor (¿qué sabías tú sobre el amor?). Es curioso que quiera escribir sobre esto porque, hace aproximadamente más de medio año, no quería saber nada que estuviera relacionado. Acababa de terminar una relación y estaba en esa etapa en la que no quieres tener nada con nadie ni aunque te paguen millones (falso). Tenía la mirada enfocada en otras cosas: en mis amigos, en mis estudios, en lo que sea que me mantuviera pensando todo el día en razones para no enamorarme. No había de quién, tampoco (ok, esto sí es verdad).

Y sí, he tenido una que otra decepción que me ha quitado las ganas de darlo todo y empezar de cero, pero creo que no merecen que deje de arriesgarme (¿?).

Hace más de un mes conocí a un chico muy dulce algo mayor que yo. Su nombre empieza con A, como la palabra amor  (voy a tacharlo por dignidad). Después de un par de salidas noté que ambos queríamos involucrarnos más el uno con el otro. Sin embargo, resistí a la idea. “No” pensé. No es el momento. No estoy lista. ¿Pero qué es estar lista? Todo me daba vueltas. Por qué te complicas tanto, Bertha. Él me pedía que me dejara llevar pero yo sabía que si lo hacía iba a terminar pensando en la fecha del matrimonio y en cuántos hijos íbamos a tener (¿en serio, Bertha? ¿En serio escribiste esto?). Realmente me gustaba (No, realmente no. Al menos no al comienzo.). Era tierno, detallista, observador y analítico (no era analítico: tú creías que lo era porque querías que lo fuera, pero no lo era). Me escuchaba mientras yo hablaba y sentía que analizaba mi manera de pensar (no, no analizaba nada, solo te escuchaba). Me preguntaba el por qué de todo y seguramente criticaba alguna de mis ideas, pero no me lo decía. Era de cumplir engreimientos pero no caprichos, lo podía notar. ¡Y era periodista! O sea, tenía predilección para las letras, como yo (¿y eso es suficiente porque...?). Y escribía, como yo. Y no tenía miedo de mostrar lo que había escrito. ¿Qué más podía pedir? (¿Cómo que qué más podías pedir? ¿Con qué te estabas conformando?).

Salimos un par de veces antes de la definitiva. En nuestra tercera salida, después de un par de helados y unas conversaciones un poco incómodas, entre el sonido de una canción de Gianmarco (... ok) y el frío de la noche que nos acompañaba, me besó. Mi corazón se paralizaba y se agitaba a la vez. Mi mente era un laberinto de ideas que no paraban de pelear entre sí. Me abrazaba, rozaba mi piel, sentía su piel tibia. Me besaba de nuevo. Lo besaba yo a él. Nos besábamos.

Pero, como expliqué anteriormente, tenía un par de dilemas que resolver conmigo misma antes de empezar una relación. Entonces, como no hay más tonta que yo (amiga, ¿dónde estaba tu autoestima?), le dije que mejor nos dejábamos de ver (sabia). Él no refutó mucho y así lo dejamos hasta un par de días después. Nos vimos, lo hablamos y… nos volvimos a besar. Otra vez su carro era la escenografía y nuestros labios la escena principal.

Me gustaba mucho como para perderlo por mis líos internos (no, no te gustaba mucho, al menos no en ese entonces. Te gustaba gustarle, te gustaba que te recogiera de la universidad, te gustaba que se preocupara, te gustaba que fuera mayor. No te gustaba él, te gustaba lo que podía hacer por ti. Y que quede claro que habría valido la pena anteponer tus líos internos antes que a cualquier persona). Quería arriesgarme con él. Tal vez terminaría siendo una decepción, tal vez no (terminó siéndolo, ja). Tal vez me haría muy feliz, tal vez no. Tal vez intentaría cambiar varios aspectos de mí, tal vez no (sí lo intentó). Nadie sabía qué podía pasar entre nosotros. Sí, tenía miedo. Era, hasta cierto punto, comprensible. ¿Pero desde cuándo he dejado de hacer las cosas por miedo?

Seguimos saliendo y, después de varias conversaciones incómodas más, me dijo que no estaba seguro de lo nuestro. Yo podía cambiar de parecer como lo había hecho anteriormente o podía no estar lista para lo que viniera, entre otras razones que está de más mencionar. Todo se me apagaba. Después de demostrarle que sí quería involucrarme con él, ¿en serio me estaba diciendo esto?

Estaba en todo su derecho. Yo me había comportado como una niña (no, no te habías comportado como una niña. Habías querido esperar porque estabas confundida -lógico que lo estuvieras- y él no había sabido respetar tu proceso) y era lógico que me tratara como tal (no, ¡no!, no era lógico. No puedo creer que lo hayas justificado así). Lo sé. Sin embargo, después de una última discusión que nos situó en la punta del abismo, nos vimos y me hizo la pregunta del millón. Sí, sí quiero. Me río porque estoy nerviosa, porque pensé que íbamos a seguir discutiendo de lo mismo, no porque no me lo tome en serio. Esto no me lo esperaba. ¿Ahora, aquí? Sí. Sí quiero. Ahora y donde sea. Te quiero a ti. (Dios mío. En serio no puedo creerlo).

Pasaron los días (7 exactamente) y aquí estoy, escribiendo acerca de él y de nosotros. ¿Muy pronto? No sé. Tal vez sí. Pero eso pasa cuando te gusta alguien, ¿no? Pierdes un poco la noción del tiempo (¿Y esto es bueno porque...?). Probablemente él vaya a leer esto y no me da miedo que sepa lo que siento. Ya no. Podrá pensar que estoy ilusionándome demasiado, que recién vamos una semana, que no nos conocemos lo suficiente. Yo lo sé. Sé que mis sentimientos están yendo un poco rápido, pero no te preocupes, mi razón los sabe frenar (voy a tachar esto por dignidad). Sé que tú has vivido más que yo (amiga, otra vez, ¿dónde estaba tu autoestima?) y que sabes que no te vas a morir cuando esto termine. Yo también lo sé. Tengo claro que nada dura para siempre pero si los días contigo duran más de 24 horas, ¿por qué no permitirme pensar un poco más allá?

Bertha, si dentro de 3, 4, 5, o 6 años lees esto, quiero que sepas que hay cosas que no te vas a poder explicar. No intentes hacerlo. Esta etapa, mal que bien, forma parte de la persona que eres ahora. Puedes discrepar, puedes pensar que estabas equivocada, puedes avergonzarte de ti misma, puedes querer prenderte fuego, pero esta también eres tú aunque te cueste aceptarlo. De todo se aprende. ¡Saludos!