Prólogo: Vivía enamorada de Kafka. Ya sé que no es normal.
Tenías sueños y visiones que después lograrías, tenías tormentas y tenías mar. La calma te caracterizaba, ¿no es así?. Eras un ser muy paciente que además de sereno, pacífico. Tu padre, todo lo contrario, te crió y educó de una manera en la que cualquier ser humano encontraría la desdicha de vivir, ya que, si bien es cierto, te maltraba tanto física como psicológicamente, a ti, un hombre de rostro fino y delgado.
Habría sido un gusto conocerte; sin embargo, prefiero la duda de saber si de ti me habría enamorado en persona (palta). Tus escritos me fascinan, te adueñas de mi imaginación obligándola a crear un mundo paralelo en el cual pueda yo esconderme mientras mis ojos son víctimas de sus textos, tus novelas son obras de arte, tu estilo mi ambición.
Me pregunto yo, si amarte sería locura, si leerte es una obsesión o solo un capricho momentáneo. Estoy segura de algo, que aunque sea poco, es un gran avance: Eres un ídolo, un ícono que mi adolescencia ha trascendido, un escritor que claramente prefiero ante muchos otros.
Me siento identificada contigo, lograste que me imagine convertida en una especie de bicho al despertar, lograste que sintiera lo mismo que tú. Puedo afirmar que por alguna u otra razón que no voy a especificar estamos unidos, -quizá esto lo sientan otras personas, pero yo lo hago personal- nos hemos sentido de igual manera en varios momentos a pesar de varios años de diferencia, y aunque no seamos contemporáneos, siento que hallarte en mi biblioteca hogareña es una de las mejores cosas literarias que me ha pasado.
Para ir finalizando esta epístole, que quede claro que llevarte en mi bolso y leerte hasta en el micro es y será siempre un placer, y aunque no sea lo mismo leerte por internet debo agradecer a ese medio por brindarme estar cada vez más cerca a ti de lo que pensaba (amén).
Gracias por esos momentos en que sentí que no era la única, por ayudarme a encontrar en tus escritos un refugio cómodo para mí. Por calmar mis lágrimas desesperadas con tu esencia en cada oración, que aunque no lo pueda ver, sé lo que me dices entre líneas.
Nos vemos en el paraíso si es que este existe, si no, igual te veo donde mi mente te crea, donde nadie más te puede percibir de la forma en que yo lo hago. Creas en mí más que un sentimiento, creas un ejemplo a seguir en cada palabra escrita.
Adiós Kafka, con esto simplemente me despido, y gracias, hasta la próxima lectura.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No influyen, pero sí me importan. Si estás aquí es porque me interesa tu opinión. Comenta :)