Tengo cien palabras totalmente diferentes en mi cabeza.
Tengo tantas ideas que quiero escribir, pero se enredan cuando intento hacerlo, y se colan las palabras inadecuadas, nada está en orden como antes.
No puedo unir las palabras ni plasmar las ideas en un texto.
¿Será que he perdido la esencia?
jueves, 15 de octubre de 2009
miércoles, 14 de octubre de 2009
sábado, 10 de octubre de 2009
Siervos de la sociedad
Nota importante: No recuerdo por qué lo escribí o a qué me refería exactamente, pero creo que fue en la etapa en la que conocí a otras personas de mi edad que también leían y con las que intercambié muy buenos libros. Me marcó porque encontrar personas con los mismos intereses intelectuales a los 14 o 15 años era sumamente complicado.
Estamos escondidos entre la gente, husmeando los pensamientos, creyendo saber que lo sabemos todo.
Pensando como pensamos, estudiando y leyendo siempre, para mantenernos informados, para no ser como ellos, para ser diferentes.
Y nos cuestionamos las cosas porque nada está dicho o escrito sin que le demos vuelta al asunto, nada es cierto porque la verdad es relativa y nosotros lo sabemos, por eso es que leemos.
Y hablamos entre nosotros, porque estamos en un punto aparte, en un grado elevado, en donde pocos se encuentran porque no muchos llegan, porque no hay un mapa específico que te lleve a pensar diferente...
Es cuestión de apartarte un poquito de lo normal y dejarte llevar por lo inherente.
Estamos escondidos entre la gente, husmeando los pensamientos, creyendo saber que lo sabemos todo.
Pensando como pensamos, estudiando y leyendo siempre, para mantenernos informados, para no ser como ellos, para ser diferentes.
Y nos cuestionamos las cosas porque nada está dicho o escrito sin que le demos vuelta al asunto, nada es cierto porque la verdad es relativa y nosotros lo sabemos, por eso es que leemos.
Y hablamos entre nosotros, porque estamos en un punto aparte, en un grado elevado, en donde pocos se encuentran porque no muchos llegan, porque no hay un mapa específico que te lleve a pensar diferente...
Es cuestión de apartarte un poquito de lo normal y dejarte llevar por lo inherente.
miércoles, 7 de octubre de 2009
Sigue sin dolerte nada
Nota importante: Me gustaba escribir cuentos. Este es uno de ellos pero 1) está pésimamente mal redactado, 2) no tiene un estilo definido, 3) pierde la ilación, 4) la historia no tiene sentido, etc. Aún así, creo que es valioso conservarlo porque me ayuda a recordar las cosas que imaginaba antes. Algún día lo puliré porque creo que tiene una estructura que se podría trabajar un poco más.
La cabeza me daba vueltas mientras él seguía echado sin parpadear. Los ojos se me secaron por no saber qué hacer mientras lo miraba.
No pensé que nada pasaría, lo juro.
- ¿Y luego?
Luego, la verdad, me temblaban más las manos que ahora. Había un olor a fierro o a óxido quemado en la habitación, eso hizo que provocara un vómito y de pronto...
-Sin irse por las ramas, por favor. Vaya al grano.
Pues seguía viendo sus ojos azules abiertos y expandidos como dos platos, y él, tendido sin siquiera moverse. Le pedía que respirara, mejor dicho se lo rogaba, y aún así no obedecía.
-¿Puede repetirme las razones por favor? - Insistió.
Se supone que no debo decir nada de esto, pero ya qué más da. Antes de casarme con él, vi cómo lo atropellaban y moría instantáneamente. Lo reconocí luego, en la foto de un periódico antiguo, con la diferencia que no tenía ni una cicatriz en ninguna parte del cuerpo.
Pensará que estoy loca pero se cortaba con vidrios y jamás le quedaban marcas.
-¿Qué intenta decir? - dijo en tono asustado
Que nada le hacía daño, ni siquiera cuando le tiré una taza en la cabeza por error. A las horas se le cerró la herida, y nunca lo escuché quejarse de dolor, presumo era... algo así como inmortal.
¿Señor?
¿Señor? ¿Está ahí?
¡No me encierre aquí! ¡Todo lo que le digo es verdad! ¡Sáqueme ya esta bata blanca que no me deja mover los brazos! ¡Señor!
La cabeza me daba vueltas mientras él seguía echado sin parpadear. Los ojos se me secaron por no saber qué hacer mientras lo miraba.
No pensé que nada pasaría, lo juro.
- ¿Y luego?
Luego, la verdad, me temblaban más las manos que ahora. Había un olor a fierro o a óxido quemado en la habitación, eso hizo que provocara un vómito y de pronto...
-Sin irse por las ramas, por favor. Vaya al grano.
Pues seguía viendo sus ojos azules abiertos y expandidos como dos platos, y él, tendido sin siquiera moverse. Le pedía que respirara, mejor dicho se lo rogaba, y aún así no obedecía.
-¿Puede repetirme las razones por favor? - Insistió.
Se supone que no debo decir nada de esto, pero ya qué más da. Antes de casarme con él, vi cómo lo atropellaban y moría instantáneamente. Lo reconocí luego, en la foto de un periódico antiguo, con la diferencia que no tenía ni una cicatriz en ninguna parte del cuerpo.
Pensará que estoy loca pero se cortaba con vidrios y jamás le quedaban marcas.
-¿Qué intenta decir? - dijo en tono asustado
Que nada le hacía daño, ni siquiera cuando le tiré una taza en la cabeza por error. A las horas se le cerró la herida, y nunca lo escuché quejarse de dolor, presumo era... algo así como inmortal.
¿Señor?
¿Señor? ¿Está ahí?
¡No me encierre aquí! ¡Todo lo que le digo es verdad! ¡Sáqueme ya esta bata blanca que no me deja mover los brazos! ¡Señor!
sábado, 3 de octubre de 2009
Nada te duele
Tengo muchos moretones a causa de mis caídas, a diferencia de ti; te caes, y siempre tienes un colchón gigante donde rebotas como acto de amortiguación.
Ojos que no ven
Puedo ver todo desde mi ventana, incluso el aire me apoya y no se pone tan violento.
Las nubes ayudan y se hacen a un lado para poder ver a la luna.
La luna se hace mi cómplice y brilla como si fuera esclava aunque creo que sí lo es.
Las estrellas se juntan y hacen la constelación, los grillos dejan de cantar a la vez y se turnan para crear una melodía.
Mi corazón lo entiende y bombea con ritmo, mi sangre fluye, mi mirada cambia, una lágrima brota...
Puedo ver todo, menos verte a ti.
Las nubes ayudan y se hacen a un lado para poder ver a la luna.
La luna se hace mi cómplice y brilla como si fuera esclava aunque creo que sí lo es.
Las estrellas se juntan y hacen la constelación, los grillos dejan de cantar a la vez y se turnan para crear una melodía.
Mi corazón lo entiende y bombea con ritmo, mi sangre fluye, mi mirada cambia, una lágrima brota...
Puedo ver todo, menos verte a ti.
jueves, 24 de septiembre de 2009
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Luna traicionera
Nota importante: Lo mismo que con el cuento anterior.
Solía pasarme, que la luna representaba mi estado de ánimo y las ganas de vivir que tenía en el momento en que la veía. A excepción de hoy.
Un día antes del último, la luna se encontraba llena de vida, redonda,y la luz abarcaba el mejor espectáculo de la noche.
Me senté a verla y a grabar en mí, una imagen de su belleza. Ahora la aprecio más que antes, ya que es lo único que logro divisar; la quiero casi tanto como el último día. Quizá un poco más.
No puedo recordar muy bien cómo llegué aquí, cómo dejé a todo aquel ser que he querido, cómo dejé lo que muchos llaman ser y yo llamo estar.
El día último se delató por sí sólo, ese día todo estaba diferente,el cielo ya no era gris y las nubes habían hecho espacio para mí.
Supe que ese día era el indicado. La luna me lo dijo.
Quería que estemos solas eternamente, contándonos lo mucho que nos entendemos,lo mucho que nos gusta ver a todos desde lejos sin que sepan que estamos ahí,mostrarnos en la noche con una luz potentemente brillante, ser querida por muchos,y no sentir eso por nadie; tener días en que crecemos y otros en que preferimos no aparecer,estar rodeada de estrellas y mantener la distancia a cada una de ellas,que nos vean con extrañeza, y ser fuente de inspiración en cada corazón.
Aún así distante, me lo confesó, cautelosamente preparó mi último día.
Vino a recogerme la muerte el último de mis días. Me trató muy bien, incluso fue amable y me enseñó a lo que me preparaba. Le conté que la luna me estaba esperando,
y se mofó de mí de una forma escandalosa.
Ahora por fin he llegado a la soledad absoluta. La luna puede ser muy buena amiga, pero como todas: traicionera.Imposible compartir su brillo con alguien más. Es única, y yo siempre lo supe, pero pensé que por mí haría una excepción y me haría un espacio entre su reino aclamado.Ahora por ingenua estoy totalmente sola, pero calmada, sin escuchar absolutamente nada más que mis propios pensamientos.Y así me quedaré, sola: viendo a la luna, la única espectadora de mi funeral, reírse de mí.
Solía pasarme, que la luna representaba mi estado de ánimo y las ganas de vivir que tenía en el momento en que la veía. A excepción de hoy.
Un día antes del último, la luna se encontraba llena de vida, redonda,y la luz abarcaba el mejor espectáculo de la noche.
Me senté a verla y a grabar en mí, una imagen de su belleza. Ahora la aprecio más que antes, ya que es lo único que logro divisar; la quiero casi tanto como el último día. Quizá un poco más.
No puedo recordar muy bien cómo llegué aquí, cómo dejé a todo aquel ser que he querido, cómo dejé lo que muchos llaman ser y yo llamo estar.
El día último se delató por sí sólo, ese día todo estaba diferente,el cielo ya no era gris y las nubes habían hecho espacio para mí.
Supe que ese día era el indicado. La luna me lo dijo.
Quería que estemos solas eternamente, contándonos lo mucho que nos entendemos,lo mucho que nos gusta ver a todos desde lejos sin que sepan que estamos ahí,mostrarnos en la noche con una luz potentemente brillante, ser querida por muchos,y no sentir eso por nadie; tener días en que crecemos y otros en que preferimos no aparecer,estar rodeada de estrellas y mantener la distancia a cada una de ellas,que nos vean con extrañeza, y ser fuente de inspiración en cada corazón.
Aún así distante, me lo confesó, cautelosamente preparó mi último día.
Vino a recogerme la muerte el último de mis días. Me trató muy bien, incluso fue amable y me enseñó a lo que me preparaba. Le conté que la luna me estaba esperando,
y se mofó de mí de una forma escandalosa.
Ahora por fin he llegado a la soledad absoluta. La luna puede ser muy buena amiga, pero como todas: traicionera.Imposible compartir su brillo con alguien más. Es única, y yo siempre lo supe, pero pensé que por mí haría una excepción y me haría un espacio entre su reino aclamado.Ahora por ingenua estoy totalmente sola, pero calmada, sin escuchar absolutamente nada más que mis propios pensamientos.Y así me quedaré, sola: viendo a la luna, la única espectadora de mi funeral, reírse de mí.
Indefinido
Nota importante: lo mismo que con los cuentos anteriores (excepto que este me gusta un poco más).
-Mi amor por ti es indefinido – le dije mirándola a los ojos- Y en ese momento, recordé todo aquello que jamás imaginé haber vivido.
-¿Cuál es tu nombre?-Indefinido.
Mentir no estaba bien, y peor aún si te encuentras en el infierno, con muchos muertos más que anhelan tanto su libertad como tú. Nadie quiere quedarse ahí, claro, al comienzo es perfecto, ya no te duele nada, te sientes más ligero, como si no pesaras nunca y es que no pesas nada, casi puedes sentir que vuelas…Pero después de dar tantas vueltas en círculo sin encontrar respuestas a tus preguntas, siendo consciente de lo que te ha pasado –moriste, no estás en el cielo, a lo mejor estás en el infierno- extrañas todo, extrañas vivir, te arrepientes de no ser lo suficientemente fuerte como para quedarte ahí una eternidad…
-¿Me repites tu nombre?-Indefinido.
No podía decir mi nombre real, no, yo quería mi libertad, ser un alma en pena, reencarnarme en otro cuerpo, vivir de nuevo sin acordarme nada de mi vida anterior. Ser alguien más, tener una segunda oportunidad, y estaba dispuesto a mentir lo que fuera para que suceda. Sabía que no iba a lograrlo si decía mi nombre real. Yo he matado, he mentido, he cometido muchos errores, que a la larga me encerraron en este martirio.
-Yo sé tu nombre… ¿Vas a decirme la verdad?
-Mi nombre es Indefinido.
A lo mejor se olvidan de mí, me dejan pasar, o quizás no, y me quedo para siempre en el infierno. Talvez aprendería a vivir cómodamente aquí, aunque lo noto imposible: No soporto a los recién llegados, que no saben ni donde están parados, que casi ni recuerdan porqué están aquí, pero, después de tanto tiempo, empiezan a recordar sin ayuda.
No soporto más no dormir, no sentirme cansado, no poder llorar ni poder gritar, no poder imaginar ni sentir dolor al caerme, no poder respirar, ni sentarme, ni agotarme…
-Por última vez, dime tu nombre verdadero…
-Indefinido.
Debo irme como sea, no soporto más… Decir mi nombre jamás fue costumbre, ni hace siglos, ni hoy, ni nunca.
-¿Así que eres indefinido?
-Sí, soy Indefinido, como el tiempo indefinido que he pasado aquí, como la tristeza indefinida que me han hecho sentir, como la alegría indefinida que algún día viví, como el rechazo indefinido que se alberga dentro de mí, ese soy, Indefinido.
-Qué pasa, pareces muerto…- Me dijo impaciente ella.-Nada, nada, sólo no me dejes soñando solo esta vez.
-Mi amor por ti es indefinido – le dije mirándola a los ojos- Y en ese momento, recordé todo aquello que jamás imaginé haber vivido.
-¿Cuál es tu nombre?-Indefinido.
Mentir no estaba bien, y peor aún si te encuentras en el infierno, con muchos muertos más que anhelan tanto su libertad como tú. Nadie quiere quedarse ahí, claro, al comienzo es perfecto, ya no te duele nada, te sientes más ligero, como si no pesaras nunca y es que no pesas nada, casi puedes sentir que vuelas…Pero después de dar tantas vueltas en círculo sin encontrar respuestas a tus preguntas, siendo consciente de lo que te ha pasado –moriste, no estás en el cielo, a lo mejor estás en el infierno- extrañas todo, extrañas vivir, te arrepientes de no ser lo suficientemente fuerte como para quedarte ahí una eternidad…
-¿Me repites tu nombre?-Indefinido.
No podía decir mi nombre real, no, yo quería mi libertad, ser un alma en pena, reencarnarme en otro cuerpo, vivir de nuevo sin acordarme nada de mi vida anterior. Ser alguien más, tener una segunda oportunidad, y estaba dispuesto a mentir lo que fuera para que suceda. Sabía que no iba a lograrlo si decía mi nombre real. Yo he matado, he mentido, he cometido muchos errores, que a la larga me encerraron en este martirio.
-Yo sé tu nombre… ¿Vas a decirme la verdad?
-Mi nombre es Indefinido.
A lo mejor se olvidan de mí, me dejan pasar, o quizás no, y me quedo para siempre en el infierno. Talvez aprendería a vivir cómodamente aquí, aunque lo noto imposible: No soporto a los recién llegados, que no saben ni donde están parados, que casi ni recuerdan porqué están aquí, pero, después de tanto tiempo, empiezan a recordar sin ayuda.
No soporto más no dormir, no sentirme cansado, no poder llorar ni poder gritar, no poder imaginar ni sentir dolor al caerme, no poder respirar, ni sentarme, ni agotarme…
-Por última vez, dime tu nombre verdadero…
-Indefinido.
Debo irme como sea, no soporto más… Decir mi nombre jamás fue costumbre, ni hace siglos, ni hoy, ni nunca.
-¿Así que eres indefinido?
-Sí, soy Indefinido, como el tiempo indefinido que he pasado aquí, como la tristeza indefinida que me han hecho sentir, como la alegría indefinida que algún día viví, como el rechazo indefinido que se alberga dentro de mí, ese soy, Indefinido.
-Qué pasa, pareces muerto…- Me dijo impaciente ella.-Nada, nada, sólo no me dejes soñando solo esta vez.
Repentino hedor
Nota importante: lo mismo con los cuentos anteriores peeeeeeeero quería agregar que este tiene una influencia directa de Cortázar y Poe.
Se apresuró a saber de dónde provenía aquel hedor que venía atormentándola desde hace ya varios días.
Después de haberlo soportado durante días y noches, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, por fin se atrevió a mirar en el último lugar donde podría imaginar que aquel caso extraño podría encontrarse.
Quizá fue un martes, o un miércoles, a lo mejor un viernes, el mejor día de la semana, o quizá no ocurrió en ningún de estos días: eso no importaba.
Solía despertarse todos los días de forma rutinaria, aproximadamente a las 8:30 am. No tenía nada que hacer además de escribir un poco y leer en su tiempo libre, que por ahora parecía ser lo que más lograba realizar durante el día.
Desde el día en que empezó el tormento empezaré a relatar lo sucedido. Se levantaba como de costumbre a tomar desayuno, su pareja ya había salido a trabajar. Había dejado una nota en el refrigerador sin que ella lo notara en el instante, lo notaría más tarde, y no le causaría mucha emoción: hace tiempo que el amor se ha perdido, ya no se soportan mutuamente, nada los mantiene juntos, el lazo que solía existir ya no está más.
“Feliz cumpleaños, cenamos más tarde, yo pongo el vino”.
Cierto. Su cumpleaños. Y seguía sin parecer motivada.
Mientras yo la observo desde mi habitación, ella nunca puede verme, no sabe que la estoy mirando, no sabe cuánto la espío, no sabe que estoy aquí y allá y en todo lugar en el que ella se encuentre. Está bien, no sé su nombre, pero sé más que cualquier persona sobre ella. Se sorprendería si me conociera, pero eso no puede pasar, nadie me conoce.
Entonces empezó a husmear por todo su departamento, desesperada por encontrar ese aroma distinto que percibía. El ambiente , que parecía oler diferente desde entonces, ya no le agradaba.
Más tarde llegó él. Parecía actuar normal, sin notar el olor. A pesar de estar buscando por todos lados, las cosas estaban en su sitio, y no había nada extraño ni diferente: todo estaba exactamente igual que como lo había dejado ayer, más no parecía satisfecha.
No habían tenido ninguna fiesta, nunca. Ni cenas románticas, ni nada por el estilo. Estaban juntos por el placer de sentirse solos y a la vez acompañados, tanto ella como él se odiaban mutuamente, y lo peor es que lo sabían, y no tenían problema en ocultarlo si la situación se lo merecía.
Al día siguiente, el olor aumentó con bastante fuerza. Ella parecía desconcertada, pero parecía controlar la situación, echó un poco de aromatizante y salió, después de tiempo, a tomar aire y a caminar un poco.
Al regresar, la golpeó un mareo que la tumbó al piso.
Yo no sabía cómo reaccionar. La miraba tendida sobre el asfalto, tan sencillamente calmada. Al rato llegó él, que gritó a los siete vientos, lo alterado y deprimido que estaba por causa de algunos problemas anteriores. No logró divisarla tendida en el piso, ni siquiera la miró, como si no estuviera ahí, como si nunca hubiera entrado en su vida.
Fueron pasando los días, y el aromatizante no lograba tapar semejante extrañeza. Se cansó de ser la única que sentía aquel hedor, no sabía donde más buscar, ya no tenía más ideas. Incluso pensó en invitar gente a que degustara y pusieran a prueba su olfato, pero se acordó que no tiene amigos cercanos, que realmente, además de mi, nadie se preocupa por ella, si es que acaso aún la recuerdan.
Se agotó el tiempo, y cada vez el olor iba aumentando, ella se veía más cansada, las ojeras invadían su rostro, él abandonó el lugar casi por tres días, sin previo aviso, simplemente desapareció, pero pareció no importar demasiado. No se pelearon nunca, porque no tenían interés uno por la vida del otro, eran libres e independientes, como si fueran dos extraños.
Hasta que un día, quizá un martes, un miércoles, o viernes, el mejor día de la semana, qué
importa ya el día, apareció una nota de repente en la refrigeradora:
“¿Por qué no echas un vistazo por la ventana?”
Entonces temerosa obedeció: corrió hacia la ventana, ya nada podía perder, abrió las cortinas que nunca antes habían abierto porque no les gusta que entre la luz, y ahí estaba lo que buscaba, lo que no esperaba encontrar.
Una mirada confusa y representaba su rostro en ese momento.
Quizá se volvió loca, quizá de verdad lo vio,
¿Cómo lo sé? Yo estaba ahí, mirándola desde mi ventana.
Se apresuró a saber de dónde provenía aquel hedor que venía atormentándola desde hace ya varios días.
Después de haberlo soportado durante días y noches, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, por fin se atrevió a mirar en el último lugar donde podría imaginar que aquel caso extraño podría encontrarse.
Quizá fue un martes, o un miércoles, a lo mejor un viernes, el mejor día de la semana, o quizá no ocurrió en ningún de estos días: eso no importaba.
Solía despertarse todos los días de forma rutinaria, aproximadamente a las 8:30 am. No tenía nada que hacer además de escribir un poco y leer en su tiempo libre, que por ahora parecía ser lo que más lograba realizar durante el día.
Desde el día en que empezó el tormento empezaré a relatar lo sucedido. Se levantaba como de costumbre a tomar desayuno, su pareja ya había salido a trabajar. Había dejado una nota en el refrigerador sin que ella lo notara en el instante, lo notaría más tarde, y no le causaría mucha emoción: hace tiempo que el amor se ha perdido, ya no se soportan mutuamente, nada los mantiene juntos, el lazo que solía existir ya no está más.
“Feliz cumpleaños, cenamos más tarde, yo pongo el vino”.
Cierto. Su cumpleaños. Y seguía sin parecer motivada.
Mientras yo la observo desde mi habitación, ella nunca puede verme, no sabe que la estoy mirando, no sabe cuánto la espío, no sabe que estoy aquí y allá y en todo lugar en el que ella se encuentre. Está bien, no sé su nombre, pero sé más que cualquier persona sobre ella. Se sorprendería si me conociera, pero eso no puede pasar, nadie me conoce.
Entonces empezó a husmear por todo su departamento, desesperada por encontrar ese aroma distinto que percibía. El ambiente , que parecía oler diferente desde entonces, ya no le agradaba.
Más tarde llegó él. Parecía actuar normal, sin notar el olor. A pesar de estar buscando por todos lados, las cosas estaban en su sitio, y no había nada extraño ni diferente: todo estaba exactamente igual que como lo había dejado ayer, más no parecía satisfecha.
No habían tenido ninguna fiesta, nunca. Ni cenas románticas, ni nada por el estilo. Estaban juntos por el placer de sentirse solos y a la vez acompañados, tanto ella como él se odiaban mutuamente, y lo peor es que lo sabían, y no tenían problema en ocultarlo si la situación se lo merecía.
Al día siguiente, el olor aumentó con bastante fuerza. Ella parecía desconcertada, pero parecía controlar la situación, echó un poco de aromatizante y salió, después de tiempo, a tomar aire y a caminar un poco.
Al regresar, la golpeó un mareo que la tumbó al piso.
Yo no sabía cómo reaccionar. La miraba tendida sobre el asfalto, tan sencillamente calmada. Al rato llegó él, que gritó a los siete vientos, lo alterado y deprimido que estaba por causa de algunos problemas anteriores. No logró divisarla tendida en el piso, ni siquiera la miró, como si no estuviera ahí, como si nunca hubiera entrado en su vida.
Fueron pasando los días, y el aromatizante no lograba tapar semejante extrañeza. Se cansó de ser la única que sentía aquel hedor, no sabía donde más buscar, ya no tenía más ideas. Incluso pensó en invitar gente a que degustara y pusieran a prueba su olfato, pero se acordó que no tiene amigos cercanos, que realmente, además de mi, nadie se preocupa por ella, si es que acaso aún la recuerdan.
Se agotó el tiempo, y cada vez el olor iba aumentando, ella se veía más cansada, las ojeras invadían su rostro, él abandonó el lugar casi por tres días, sin previo aviso, simplemente desapareció, pero pareció no importar demasiado. No se pelearon nunca, porque no tenían interés uno por la vida del otro, eran libres e independientes, como si fueran dos extraños.
Hasta que un día, quizá un martes, un miércoles, o viernes, el mejor día de la semana, qué
importa ya el día, apareció una nota de repente en la refrigeradora:
“¿Por qué no echas un vistazo por la ventana?”
Entonces temerosa obedeció: corrió hacia la ventana, ya nada podía perder, abrió las cortinas que nunca antes habían abierto porque no les gusta que entre la luz, y ahí estaba lo que buscaba, lo que no esperaba encontrar.
Una mirada confusa y representaba su rostro en ese momento.
Quizá se volvió loca, quizá de verdad lo vio,
¿Cómo lo sé? Yo estaba ahí, mirándola desde mi ventana.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)