miércoles, 2 de septiembre de 2009

Repentino hedor

Nota importante: lo mismo con los cuentos anteriores peeeeeeeero quería agregar que este tiene una influencia directa de Cortázar y Poe.

Se apresuró a saber de dónde provenía aquel hedor que venía atormentándola desde hace ya varios días.

Después de haberlo soportado durante días y noches, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, por fin se atrevió a mirar en el último lugar donde podría imaginar que aquel caso extraño podría encontrarse.

Quizá fue un martes, o un miércoles, a lo mejor un viernes, el mejor día de la semana, o quizá no ocurrió en ningún de estos días: eso no importaba.

Solía despertarse todos los días de forma rutinaria, aproximadamente a las 8:30 am. No tenía nada que hacer además de escribir un poco y leer en su tiempo libre, que por ahora parecía ser lo que más lograba realizar durante el día.

Desde el día en que empezó el tormento empezaré a relatar lo sucedido. Se levantaba como de costumbre a tomar desayuno, su pareja ya había salido a trabajar. Había dejado una nota en el refrigerador sin que ella lo notara en el instante, lo notaría más tarde, y no le causaría mucha emoción: hace tiempo que el amor se ha perdido, ya no se soportan mutuamente, nada los mantiene juntos, el lazo que solía existir ya no está más.

“Feliz cumpleaños, cenamos más tarde, yo pongo el vino”.

Cierto. Su cumpleaños. Y seguía sin parecer motivada.

Mientras yo la observo desde mi habitación, ella nunca puede verme, no sabe que la estoy mirando, no sabe cuánto la espío, no sabe que estoy aquí y allá y en todo lugar en el que ella se encuentre. Está bien, no sé su nombre, pero sé más que cualquier persona sobre ella. Se sorprendería si me conociera, pero eso no puede pasar, nadie me conoce.

Entonces empezó a husmear por todo su departamento, desesperada por encontrar ese aroma distinto que percibía. El ambiente , que parecía oler diferente desde entonces, ya no le agradaba.
Más tarde llegó él. Parecía actuar normal, sin notar el olor. A pesar de estar buscando por todos lados, las cosas estaban en su sitio, y no había nada extraño ni diferente: todo estaba exactamente igual que como lo había dejado ayer, más no parecía satisfecha.

No habían tenido ninguna fiesta, nunca. Ni cenas románticas, ni nada por el estilo. Estaban juntos por el placer de sentirse solos y a la vez acompañados, tanto ella como él se odiaban mutuamente, y lo peor es que lo sabían, y no tenían problema en ocultarlo si la situación se lo merecía.

Al día siguiente, el olor aumentó con bastante fuerza. Ella parecía desconcertada, pero parecía controlar la situación, echó un poco de aromatizante y salió, después de tiempo, a tomar aire y a caminar un poco.

Al regresar, la golpeó un mareo que la tumbó al piso.

Yo no sabía cómo reaccionar. La miraba tendida sobre el asfalto, tan sencillamente calmada. Al rato llegó él, que gritó a los siete vientos, lo alterado y deprimido que estaba por causa de algunos problemas anteriores. No logró divisarla tendida en el piso, ni siquiera la miró, como si no estuviera ahí, como si nunca hubiera entrado en su vida.

Fueron pasando los días, y el aromatizante no lograba tapar semejante extrañeza. Se cansó de ser la única que sentía aquel hedor, no sabía donde más buscar, ya no tenía más ideas. Incluso pensó en invitar gente a que degustara y pusieran a prueba su olfato, pero se acordó que no tiene amigos cercanos, que realmente, además de mi, nadie se preocupa por ella, si es que acaso aún la recuerdan.

Se agotó el tiempo, y cada vez el olor iba aumentando, ella se veía más cansada, las ojeras invadían su rostro, él abandonó el lugar casi por tres días, sin previo aviso, simplemente desapareció, pero pareció no importar demasiado. No se pelearon nunca, porque no tenían interés uno por la vida del otro, eran libres e independientes, como si fueran dos extraños.

Hasta que un día, quizá un martes, un miércoles, o viernes, el mejor día de la semana, qué
importa ya el día, apareció una nota de repente en la refrigeradora:

“¿Por qué no echas un vistazo por la ventana?”

Entonces temerosa obedeció: corrió hacia la ventana, ya nada podía perder, abrió las cortinas que nunca antes habían abierto porque no les gusta que entre la luz, y ahí estaba lo que buscaba, lo que no esperaba encontrar.

Una mirada confusa y representaba su rostro en ese momento.

Quizá se volvió loca, quizá de verdad lo vio,
¿Cómo lo sé? Yo estaba ahí, mirándola desde mi ventana.

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