miércoles, 2 de septiembre de 2009

Luna traicionera

Nota importante: Lo mismo que con el cuento anterior. 

Solía pasarme, que la luna representaba mi estado de ánimo y las ganas de vivir que tenía en el momento en que la veía. A excepción de hoy.

Un día antes del último, la luna se encontraba llena de vida, redonda,y la luz abarcaba el mejor espectáculo de la noche.
Me senté a verla y a grabar en mí, una imagen de su belleza. Ahora la aprecio más que antes, ya que es lo único que logro divisar; la quiero casi tanto como el último día. Quizá un poco más.

No puedo recordar muy bien cómo llegué aquí, cómo dejé a todo aquel ser que he querido, cómo dejé lo que muchos llaman ser y yo llamo estar.

El día último se delató por sí sólo, ese día todo estaba diferente,el cielo ya no era gris y las nubes habían hecho espacio para mí.
Supe que ese día era el indicado. La luna me lo dijo.

Quería que estemos solas eternamente, contándonos lo mucho que nos entendemos,lo mucho que nos gusta ver a todos desde lejos sin que sepan que estamos ahí,mostrarnos en la noche con una luz potentemente brillante, ser querida por muchos,y no sentir eso por nadie; tener días en que crecemos y otros en que preferimos no aparecer,estar rodeada de estrellas y mantener la distancia a cada una de ellas,que nos vean con extrañeza, y ser fuente de inspiración en cada corazón.

Aún así distante, me lo confesó, cautelosamente preparó mi último día.

Vino a recogerme la muerte el último de mis días. Me trató muy bien, incluso fue amable y me enseñó a lo que me preparaba. Le conté que la luna me estaba esperando,

y se mofó de mí de una forma escandalosa.

Ahora por fin he llegado a la soledad absoluta. La luna puede ser muy buena amiga, pero como todas: traicionera.Imposible compartir su brillo con alguien más. Es única, y yo siempre lo supe, pero pensé que por mí haría una excepción y me haría un espacio entre su reino aclamado.Ahora por ingenua estoy totalmente sola, pero calmada, sin escuchar absolutamente nada más que mis propios pensamientos.Y así me quedaré, sola: viendo a la luna, la única espectadora de mi funeral, reírse de mí.

Indefinido

Nota importante: lo mismo que con los cuentos anteriores (excepto que este me gusta un poco más).

-Mi amor por ti es indefinido – le dije mirándola a los ojos- Y en ese momento, recordé todo aquello que jamás imaginé haber vivido.

-¿Cuál es tu nombre?-Indefinido.

Mentir no estaba bien, y peor aún si te encuentras en el infierno, con muchos muertos más que anhelan tanto su libertad como tú. Nadie quiere quedarse ahí, claro, al comienzo es perfecto, ya no te duele nada, te sientes más ligero, como si no pesaras nunca y es que no pesas nada, casi puedes sentir que vuelas…Pero después de dar tantas vueltas en círculo sin encontrar respuestas a tus preguntas, siendo consciente de lo que te ha pasado –moriste, no estás en el cielo, a lo mejor estás en el infierno- extrañas todo, extrañas vivir, te arrepientes de no ser lo suficientemente fuerte como para quedarte ahí una eternidad…

-¿Me repites tu nombre?-Indefinido.

No podía decir mi nombre real, no, yo quería mi libertad, ser un alma en pena, reencarnarme en otro cuerpo, vivir de nuevo sin acordarme nada de mi vida anterior. Ser alguien más, tener una segunda oportunidad, y estaba dispuesto a mentir lo que fuera para que suceda. Sabía que no iba a lograrlo si decía mi nombre real. Yo he matado, he mentido, he cometido muchos errores, que a la larga me encerraron en este martirio.

-Yo sé tu nombre… ¿Vas a decirme la verdad?
-Mi nombre es Indefinido.

A lo mejor se olvidan de mí, me dejan pasar, o quizás no, y me quedo para siempre en el infierno. Talvez aprendería a vivir cómodamente aquí, aunque lo noto imposible: No soporto a los recién llegados, que no saben ni donde están parados, que casi ni recuerdan porqué están aquí, pero, después de tanto tiempo, empiezan a recordar sin ayuda.
No soporto más no dormir, no sentirme cansado, no poder llorar ni poder gritar, no poder imaginar ni sentir dolor al caerme, no poder respirar, ni sentarme, ni agotarme…

-Por última vez, dime tu nombre verdadero…
-Indefinido.

Debo irme como sea, no soporto más… Decir mi nombre jamás fue costumbre, ni hace siglos, ni hoy, ni nunca.

-¿Así que eres indefinido?
-Sí, soy Indefinido, como el tiempo indefinido que he pasado aquí, como la tristeza indefinida que me han hecho sentir, como la alegría indefinida que algún día viví, como el rechazo indefinido que se alberga dentro de mí, ese soy, Indefinido.

-Qué pasa, pareces muerto…- Me dijo impaciente ella.-Nada, nada, sólo no me dejes soñando solo esta vez.

Repentino hedor

Nota importante: lo mismo con los cuentos anteriores peeeeeeeero quería agregar que este tiene una influencia directa de Cortázar y Poe.

Se apresuró a saber de dónde provenía aquel hedor que venía atormentándola desde hace ya varios días.

Después de haberlo soportado durante días y noches, en todo momento y bajo cualquier circunstancia, por fin se atrevió a mirar en el último lugar donde podría imaginar que aquel caso extraño podría encontrarse.

Quizá fue un martes, o un miércoles, a lo mejor un viernes, el mejor día de la semana, o quizá no ocurrió en ningún de estos días: eso no importaba.

Solía despertarse todos los días de forma rutinaria, aproximadamente a las 8:30 am. No tenía nada que hacer además de escribir un poco y leer en su tiempo libre, que por ahora parecía ser lo que más lograba realizar durante el día.

Desde el día en que empezó el tormento empezaré a relatar lo sucedido. Se levantaba como de costumbre a tomar desayuno, su pareja ya había salido a trabajar. Había dejado una nota en el refrigerador sin que ella lo notara en el instante, lo notaría más tarde, y no le causaría mucha emoción: hace tiempo que el amor se ha perdido, ya no se soportan mutuamente, nada los mantiene juntos, el lazo que solía existir ya no está más.

“Feliz cumpleaños, cenamos más tarde, yo pongo el vino”.

Cierto. Su cumpleaños. Y seguía sin parecer motivada.

Mientras yo la observo desde mi habitación, ella nunca puede verme, no sabe que la estoy mirando, no sabe cuánto la espío, no sabe que estoy aquí y allá y en todo lugar en el que ella se encuentre. Está bien, no sé su nombre, pero sé más que cualquier persona sobre ella. Se sorprendería si me conociera, pero eso no puede pasar, nadie me conoce.

Entonces empezó a husmear por todo su departamento, desesperada por encontrar ese aroma distinto que percibía. El ambiente , que parecía oler diferente desde entonces, ya no le agradaba.
Más tarde llegó él. Parecía actuar normal, sin notar el olor. A pesar de estar buscando por todos lados, las cosas estaban en su sitio, y no había nada extraño ni diferente: todo estaba exactamente igual que como lo había dejado ayer, más no parecía satisfecha.

No habían tenido ninguna fiesta, nunca. Ni cenas románticas, ni nada por el estilo. Estaban juntos por el placer de sentirse solos y a la vez acompañados, tanto ella como él se odiaban mutuamente, y lo peor es que lo sabían, y no tenían problema en ocultarlo si la situación se lo merecía.

Al día siguiente, el olor aumentó con bastante fuerza. Ella parecía desconcertada, pero parecía controlar la situación, echó un poco de aromatizante y salió, después de tiempo, a tomar aire y a caminar un poco.

Al regresar, la golpeó un mareo que la tumbó al piso.

Yo no sabía cómo reaccionar. La miraba tendida sobre el asfalto, tan sencillamente calmada. Al rato llegó él, que gritó a los siete vientos, lo alterado y deprimido que estaba por causa de algunos problemas anteriores. No logró divisarla tendida en el piso, ni siquiera la miró, como si no estuviera ahí, como si nunca hubiera entrado en su vida.

Fueron pasando los días, y el aromatizante no lograba tapar semejante extrañeza. Se cansó de ser la única que sentía aquel hedor, no sabía donde más buscar, ya no tenía más ideas. Incluso pensó en invitar gente a que degustara y pusieran a prueba su olfato, pero se acordó que no tiene amigos cercanos, que realmente, además de mi, nadie se preocupa por ella, si es que acaso aún la recuerdan.

Se agotó el tiempo, y cada vez el olor iba aumentando, ella se veía más cansada, las ojeras invadían su rostro, él abandonó el lugar casi por tres días, sin previo aviso, simplemente desapareció, pero pareció no importar demasiado. No se pelearon nunca, porque no tenían interés uno por la vida del otro, eran libres e independientes, como si fueran dos extraños.

Hasta que un día, quizá un martes, un miércoles, o viernes, el mejor día de la semana, qué
importa ya el día, apareció una nota de repente en la refrigeradora:

“¿Por qué no echas un vistazo por la ventana?”

Entonces temerosa obedeció: corrió hacia la ventana, ya nada podía perder, abrió las cortinas que nunca antes habían abierto porque no les gusta que entre la luz, y ahí estaba lo que buscaba, lo que no esperaba encontrar.

Una mirada confusa y representaba su rostro en ese momento.

Quizá se volvió loca, quizá de verdad lo vio,
¿Cómo lo sé? Yo estaba ahí, mirándola desde mi ventana.