Prólogo: Qué distinta eras, Bertha.
Pienso mucho, pienso en ti, en lo que pasará, en lo que pasa después del perdón. Yo pensé que estabas bien, que ya no me necesitabas, intenté convencerme de lo mismo. Grité al mundo entero que ya te había olvidado, a algunos les dije que aún te quería pero se me notaba el tono indiferente, como cuando escribo. ¿Entiendes? No me declaro mentirosa, pero sí deshonesta (es lo mismo). ¿Por qué no admitirlo, por qué no gritar al mundo la verdad aunque sea vergonzosa pues me define indecisa? (¿y?)
Te miro, me miras, las miradas están de más y el viento roza mis cabellos (insisto: creo que leía demasiado a Neruda). Dices que estoy bonita, por dentro me sonrojo y por fuera te escupo un "gracias". Suspiro. Sí, la verdad es que te extraño, ahora más que antes, ahora que un beso me plantaste y me dejaste lela sin saber qué hacer después. Sí, la verdad es que te quiero, y no te quise perder. Por eso pienso, pienso en lo que pasará, en lo que pasa después del perdón.
No me acuerdo si lo perdoné o no... Creo que sí. Ni siquiera me acuerdo qué había pasado, pero creo que fue algo grave. Lo importante es que he recordado la importancia del perdón, la importancia de perdonarme errores a mí misma. Errores que cargo todos los días conmigo y me pesan, me agotan.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No influyen, pero sí me importan. Si estás aquí es porque me interesa tu opinión. Comenta :)